Seguimos hablando del pantalón. . .(II)
Ciertamente, el uso del pantalón por la mujer ha venido de la mano con las luchas por la igualdad de género. Y así en esta historia de positivos y negativos de electrones y protones, de hombres y mujeres, el pantalón estuvo presente porque era cosa de “hombres”.
La inferioridad femenina fue la espada de Damocles que
blandieron los hombres, en las sociedades cientificistas de finales del
siglo XVII. El hombre estaba concebido para pensar. Sólo él monopolizaba el
conocimiento. La mujer había sido creada para reproducir. La biología, mezclada
con la filosofía, daba los fundamentos del orden moral.
“El simple hecho de
que la mujer vistiera un pantalón la asimilaba a un travesti cuyo género
(masculino) había dejado de corresponder a su sexo: una perturbación intolerable
en el siglo XIX”, recuerda Christine Bard.
En ciertas
sociedades, en efecto, el sexo puede estar disociado del género. En Afganistán
o en el norte de Albania, por ejemplo, desde hace siglos se autoriza a ciertas
mujeres a vestirse como un hombre y a desempeñar un rol masculino. En un hogar
donde no hay hijos varones, una niña puede transformarse en “virgen
juramentada” y permanecer con sus padres para poder heredarlos.
“Es una solución
para aquellas que quieren evitar el matrimonio. Se cortan el cabello, se ponen
un pantalón y renuncian en forma solemne a toda vida sexual. Transformadas en
el hombre de la casa, participarán de la vida social masculina e incluso podrán
integrar ciertas asambleas locales”, relata Bard. Esa posibilidad suele representar
una excelente forma de evitar la dominación masculina, extremadamente fuerte en
esas sociedades patrilineales.
La distinción entre uno y otro sexo exteriorizada
principalmente en la vestimenta y afirmada en las actitudes, oficios,
responsabilidades, roles, ha sido históricamente una Ley fundamental que la
sociedad a través de sus guías espirituales o políticos se ocuparon de hacer
respetar. “Una mujer no llevará un traje masculino y un hombre no usará una
prenda de mujer. El que así actúe cometerá una ofensa a Jehová, tu Dios”, dice
la Biblia (Deuteronomio 22:5).
“La confusión de
sexos es uno de los grandes pavores de Occidente desde la Edad Media” explica la autora investigadora del tema.
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